En un sentido amplio, el mito puede ser definido como un tipo de realidad histórica a la cual van agregándose, con el paso del tiempo otras realidades: naturales, éticas y psicológicas. Al igual que un cuento, un mito puede tener diferentes centros de interés o diferentes niveles de significación dependiendo de esa adición. En los mitos existe una historia narrada, un carácter extraordinario y simbólico y la participación de personajes considerados semidioses o héroes. La literatura desempeña un papel primordial en la conservación y propagación del mito que utiliza como vehículo el lenguaje.

 

El mito del Minotauro es un clásico griego tomado por varios autores y reescrito desde distintas perspectivas. Jorge Luis Borges lo retoma en varias ocasiones, en el poema El laberinto, que está escrito desde la perspectiva del hombre toro, habla de la soledad y del otro; en El hilo de la fábula, es Teseo el protagonista, pero al final del cuento pierde el hilo que Ariadna le da y se pierde en otro laberinto que lo conduce a las infinitas posibilidades que puede tener una historia.

 

Al inicio del cuento, el autor incluye un epígrafe: “Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión”. Esta frase presenta varias funciones en el texto, anunciar al protagonista, determinar la ascendencia real de Asterión y de referir al autor antiguo. Esta ultima característica podría hacer pensar que el autor requiere de un lector erudito que tenga nociones de quien es Apolodoro y su Biblioteca, sin embargo para el efecto que el autor desea imprimirle al texto lo que interesa es asentar la ascendencia real y la familiaridad del lector frente al personaje. La narración descubre progresivamente la personalidad del protagonista que habla en primera persona y relata cómo vive, su relación con la sociedad y las víctimas que cada nueve años llegan hasta él.

 

El cuento señala al territorio de Creta, actual Grecia, como su escenario; varios historiadores antiguos reproducen el mito con algunas variaciones en la trama, pero Borges toma como referencia la versión de Apolodoro, encontrada en el libro Biblioteca.

Cuando Asterio murió sin dejar descendencia, Minos quiso reinar en Creta, pero se lo impidieron. Entonces él alegó haberle sido destinado el reino por los dioses; en prueba de ello dijo que le sería otorgado aquello que pidiese. Y al ofrecer sacrificios a Poseidón, le rogó que hiciera aparecer un toro desde el abismo, prometiéndole inmolarlo en cuanto se presentase. Como recibiera de Poseidón un hermoso toro, obtuvo el reino; entonces lo envió a la manada y sacrificó otro en su lugar […]. Poseidón, irritado contra él por no haber sacrificado el toro, transformó a éste en animal bravío y encendió en Pasífae pasión por la bestia. Ella, enamorada del toro, tuvo por cómplice a Dédalo, arquitecto que había huido de Atenas a causa de un asesinato. Este construyó una vaca de madera, sobre ruedas, la ahuecó y le cosió la piel de una vaca que desolló. Después de colocarla en el prado -donde el toro acostumbraba a pacer, introdujo en ella y al llegar el toro, creyéndola real, tuvo ayuntamiento con ella. De esta unión nació Asterio, llamado Minotauro. Tenía cara taurina, pero el resto de su cuerpo era humano. Minos, aconsejado por ciertos oráculos, lo encerró en el laberinto y lo custodió. El laberinto, cuyo constructor fue Dédalo, era un recinto de complicados ambages, que confundían la salida.

 

 

La casa de Asterión presenta un personaje que habla de sí mismo y describe el lugar en donde vive solitario. Cada nueve años, llegan nueve hombres a morir; cierta vez, uno de ellos profetizó que llegaría un redentor a liberarlo. Así, al final de la historia Teseo comenta que el Minotauro apenas se defendió antes de morir.

 

Este cuento contiene valores como el rescate de un tema clásico y en particular el punto de vista desde el que se desarrolla el argumento. Teseo no deja de ser quien acaba al final con el Minotauro, es decir que los papeles antagónicos no se modifican, sino que le da oportunidad a la bestia de hacerse conocer, cambiando los papeles protagónicos.

 

Otro valor es insertar a la bestia en una metaficción, si bien no novedosa, sí suma elementos por demás característicos de Borges, perfila un entorno físico y además uno sicológico. Simbólicamente, el Minotauro es la figura antropomorfa representativa de la bestialidad y esa dualidad hombre-animal se refleja en la personalidad del Toro de Minos borgeano.

 

  • Rasgos humanos: soberbia, misantropía, locura, orgullo de su estirpe, miedo, modestia, posee espíritu, grandeza, humor, esperanza, imaginación, alegría y soledad.

 

  • Rasgos animales: se divierte al investir las paredes, al dejarse caer, duerme mucho bajo el cielo, respiración poderosa y instinto asesino.

 

Esta reescritura borgeana también contiene referentes históricos que la enmarcan en la temporalidad del mito original, pues se menciona el Templo de las Hachas, del Palacio de Cnosos, uno de los más importantes de Creta. También hace una referencia al Laberinto Egipcio, que Heródoto menciona en sus crónicas como la construcción subterránea más grande existente, aunque hoy en día sea aún una leyenda por corroborar.

 

El tono es melancólico y los ambientes fluyen hacia la oscuridad.

 

«Algún atardecer», «antes de la noche», «ya se había puesto el sol», «una visión de la noche».

 

El tema es la soledad. Asterión aclara que no es un prisionero, pero le teme a la plebe, se le acusa de misógino, aunque él lo niega, su juego favorito es el de imaginar otro Asterión y la esperanza que guarda es por una redención de la soledad. Así el asunto es el mito del Minotauro.

 

La particular forma de presentar los datos al lector permite que el relato cree la sensación de ser un laberinto, en el que un nuevo dato escondido espera detrás de la próxima línea. Es mi propósito resaltar los temas recurrentes en la obra del Borges reflejados en este texto, que  presenta un asunto que no es original, pero que el autor hace suyo injertándole símbolos propios.

 

Según el diccionario de símbolos el laberinto es un concepto complicado de explicar, representa el retorno al centro, al paraíso, dominado por la mujer y transitado por el hombre, la totalidad, el camino hasta llegar al máximo conocimiento. Esta es uno de los temas recurrentes en la obra de este escritor argentino, una marca personal, un conflicto existencial. Hay suficientes pasajes extraídos de sus cuentos para esta referencia, sin embargo citaré unas líneas de El Inmortal:

 

“Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo”.

               

Un símbolo que el autor aporta a la reescritura del mito es la idea de infinito plasmada en el número catorce. Podría suponerse que catorce es la suma de hombres y mujeres que en la leyenda original debían ofrecerse al Minotauro, pero eso no explica por qué considerar catorce igual a infinito, sin embargo Borges dice:

 

“En algún lugar de su obra, Rafael Cansinos Asséns jura que puede saludar a las estrellas en catorce idiomas clásicos y modernos.”

Entonces es posible suponer que son catorce los idiomas e infinitas las estrellas que se perfilan en boca de Asterión. La relación se hace más evidente al recordar que Rafael Cansinos Ansséns fue el maestro del joven Borges en España.

 

En la obra del argentino se infiere la de un diseño circular, no solo físico, sino en la existencia del ser, si un hombre muere, mueren todos, o ninguno; todos o ninguno pudieron ser el escritor del Quijote. En este fragmento del poema El laberinto, Borges retoma el tema del Minotauro y refiere que ha olvidado los hombres que antes fue.

 

“He olvidado los hombres que antes fui; sigo el odiado camino de monótonas paredes que es mi destino”.

 

La cita siguiente indica ese borroso recuerdo que la bestia tiene acerca de otra vida, en la que talvés fue un dios.

 

“Dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizás yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.”

 

No menos apasionante es el tema de la otredad, el panteísmo del mundo borgeano que se refleja, no como un espejo, si no como un círculo, en donde el otro es distinto y al mismo tiempo igual.

 

“Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocaremos en otro patio o bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o ya verás como el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos”.

 

Este encuentro con su otro yo no siempre es agradable, pero sus beneficios superan a las incomodidades. Nótese en la cita siguiente extraída del cuento El otro.

 

“Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el porvenir que te espera?”

 

Como ya se dijo reescribir un mito es un asunto que ha ocupado a otros autores como Julio Cortázar, en Los reyes, desarrolla el mito del Minotauro también desde el punto de vista del toro hombre. Franz Kafka en el cuento La construcción realiza una analogía, aunque el animal protagonista no queda definido en el texto. Augusto Monterroso toma el tema de Odiseo y Penélope y el de las Sirenas inconformes. Sin embargo, no cabe duda alguna que cada uno de ellos imprime en sus textos los símbolos personalísimos de su literatura, producto directo de su psiquis a la que es posible una aproximación por medio de una lectura atenta.

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